Lo primero… ¡Feliz 2025!
Al dar comienzo a un nuevo año, me encuentro reflexionando sobre una etapa que sin duda me transformó profundamente de innumerables formas. 2024 un año de descubrimientos, conexiones y aprendizajes significativos; uno que me recordó el poder transformador de estar presente y sumergirme plenamente en las historias de aquellos que nos rodean.
El año pasado, decidí pasar unos meses viajando por América Latina, cerca de los equipos y proyectos que están en el corazón de las entidades de las que hago parte, Fundación Capital y Diversidad & Desarrollo.
Lo que comenzó como un viaje profesional, también se convirtió en una experiencia profundamente personal y enriquecida por las increíbles personas, lugares y lecciones que encontré en el camino.
Chile, tierra de contrastes
Mi travesía comenzó en Chile donde, acompañada de otras siete personas, dediqué unas semanas a conocer el país y absorber todo el conocimiento que me fuera posible. Santiago de Chile, Valparaíso, el desierto de Atacama, el Valle de la Luna y los Geiseres del Tatio fueron algunos de los lugares que pudimos explorar con asombro.
Bolivia, el gran descubrimiento
En Bolivia, finalmente conocí a miembros del equipo y socios con los que solo había coincidido en línea desde hace varios años en proyectos como el podcast que grabamos con Pro-Rural: Roberto, Daniela, Franz…
Cara a cara, nuestra pasión compartida por trabajar con las comunidades adquirió nuevas dimensiones, generando frescas oportunidades de colaboración. ¡Incluso aprendí a hacer pan de masa madre con Franz!
A pesar de haber escuchado mucho sobre Bolivia y sus encantos, resultó ser una gran descubrimiento para mí. El país esconde rincones de ensueño que parecieran sacados de un lienzo perfectamente dibujado…
Nunca olvidaré la energía de esas conversaciones, ni el asombro que sentí al adentrarme en las entrañas de las minas de Potosí, o al estar en medio de los paisajes surrealistas de Uyuni, o las inmensas lagunas de colores. Y tampoco la sensación de paz en las termas de Polques…
ni el terror que sentí al descender por la Ruta de la Muerte…
Paraguay y su gente maravillosa
Paraguay me recibió con los brazos abiertos. Trabajar junto al equipo local en sus oficinas fue un placer, y mi visita al terreno me brindó valiosas perspectivas sobre las vidas que buscamos impactar.
Compartir con las comunidades y escuchar de primera mano sobre sus desafíos y triunfos profundizó mi comprensión de la importancia de lo que hacemos. Además, conocer personalmente a los miembros del equipo me permitió conectar más con ellos, lo que acercó nuestros lazos y nuestras ganas de continuar uniendo fuerzas por un objetivo común.
Y, por supuesto, ningún viaje a Paraguay estaría completo sin maravillarse ante la majestuosidad de las Cataratas del Iguazú, un recordatorio de la belleza y el poder ilimitados de la naturaleza.
Colombia, linda y acogedora como siempre
En Colombia, emprendí un recorrido vertiginoso: Bogotá, Cali, Medellín, Manizales, Armenia, Florencia (Caldas), La Dorada… Cada ciudad tenía su propio ritmo y sus propias historias.
En Cali, desde Fundación Capital tuvimos el honor de participar en la COP16 sobre biodiversidad, donde la energía de la colaboración global me llenó de esperanza. Conecté con distintas personas, que dejaron una huella imborrable dentro de mí.
Además, visitamos proyectos y escuchamos a las personas que están sacando adelante sus propios emprendimientos de café y cacao.
Medellín trajo reencuentros con personas importantes en mi vida, y momentos memorables al profundizar en nuevos vínculos posibles. También abrió las puertas para una nueva parada en Manizales, que continuó con mi escapada a Armenia y toda la zona del Quindío.
Sin embargo, la Selva de Florencia en Caldas dejó una huella muy profunda. Visitar los proyectos liderados por la asociación AsoRural junto a Felipe Aristizábal fue simplemente conmovedor. Su valentía y visión me inspiran a continuar haciendo lo que hago.
Este viaje no fue solo trabajo, sin embargo. Me dejé llevar por el vibrante encanto de Guatapé y las imponentes palmas del Valle del Cocora, y disfruté de la magia de Filandia y Salento.
La Catedral de Sal de Zipaquirá me asombró por la ingeniosidad humana y la majestuosidad que esconde bajo tierra, mientras que compartir momentos con nuevos amigos en cada rincón del continente me dejó profundamente agradecida por los lazos que trascendieron fronteras.
Me siento increíblemente agradecida por todas las aventuras, lugares y experiencias que he vivido. Pero, sin duda, lo que más feliz me hace es haber compartido el tiempo con personas maravillosas y llenas de luz. Desde colegas que se convirtieron en familia hasta desconocidos que se convirtieron en maestros, llevo conmigo una colección de recuerdos y lecciones que darán forma a cómo enfrento el próximo año.
Cada conversación, cada sonrisa y cada comida compartida me recordaron la riqueza de la conexión humana y la capacidad infinita para la colaboración y el crecimiento.
Mientras miro hacia 2025, siento un abrumador sentido de gratitud y anticipación. Este año me enseñó que salir de nuestras zonas de confort no es solo un acto de valentía: es una necesidad si realmente queremos entender y contribuir al mundo que nos rodea. Estoy lista para seguir construyendo puentes, contando historias y aprendiendo de las increíbles personas y lugares que continúan moldeando mi camino.
Por nuevas aventuras, conexiones más profundas y un año de mayor impacto.
¡Sigamos avanzando juntos! 🙂