
Cada 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, una fecha proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1972, durante la Conferencia de Estocolmo, que marcó el inicio de una agenda ambiental global. Desde entonces, se ha convertido en una plataforma clave para sensibilizar sobre los desafíos ecológicos que enfrenta nuestro planeta y promover la acción colectiva. Este año, en un contexto mundial cada vez más urgente, quiero compartir mi vivencia reciente en la COP16 de Biodiversidad el pasado año en Cali, Colombia.
El año pasado, viajé durante meses por varios países de América Latina. Como parte de mi travesía, tuve la suerte de quedarme un mes en Cali, Colombia, en el contexto de la COP16.
¿Qué fue la COP16 y cómo participé?
La 16ª Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP16) se celebró en 2024 en Cali, Colombia, un país megadiverso cuya riqueza natural contrasta con los impactos del cambio climático y la presión sobre los ecosistemas. La COP16 fue un punto de inflexión: la primera gran cumbre después del acuerdo del Marco Mundial Kunming-Montreal sobre biodiversidad, adoptado en 2022, y que establece metas globales para proteger el 30% del planeta para 2030, entre otros compromisos clave.
Además, por primera vez se propuso una Zona Verde abierta a organizaciones, instituciones educativas y al público general, lo que se llamó “la COP de la gente”. Yo participé en esta zona, tanto a título personal como en representación de Fundación Capital, una organización que impulsa la inclusión económica y la resiliencia comunitaria en América Latina. En el marco de la COP16, colaboramos con socios nacionales e internacionales en la facilitación de un taller titulado “Género y Biodiversidad: un llamado colectivo a la acción”. El espacio buscó visibilizar cómo las mujeres rurales, indígenas y afrodescendientes son guardianas fundamentales de la biodiversidad y, a la vez, las más afectadas por la degradación ambiental.

Aprendizajes de la COP16
Estar en la COP16 fue como sumergirse en un caleidoscopio de idiomas, colores, conocimientos y compromisos por la vida. Más de 12.000 personas de todos los rincones del mundo coincidieron para debatir, proponer, cocrear y, sobre todo, escuchar.
Uno de los aprendizajes más potentes fue entender la interdependencia entre biodiversidad y la justicia social. La crisis climática y la pérdida de biodiversidad no son sólo fenómenos científicos; son realidades vividas por millones de personas. Las decisiones sobre conservación no pueden tomarse sin incluir a quienes habitan los territorios: comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes que viven en una relación directa y cotidiana con los ecosistemas.
Otro aspecto que me marcó fue la necesidad de transformar las narrativas. La comunicación ambiental suele ser técnica o catastrófica, lo que puede paralizar. Desde nuestro rol, promovimos una comunicación que movilice desde la esperanza, desde las soluciones posibles, el trabajo colaborativo y desde el reconocimiento de las prácticas locales que ya están cuidando el planeta.

Visitas de campo: donde la biodiversidad se hace piel
Fuera de los pabellones, salas y paneles, uno de los momentos más transformadores fue la posibilidad de visitar dos territorios clave de Colombia, donde la biodiversidad late con fuerza.
Cultivos de café y cacao en las proximidades de Cali
Muy cerca de Cali, nos adentramos en las plantaciones de cultivo de café y cacao que dirigen las comunidades con las que Fundación Capital ha trabajado. Visitamos las modestas instalaciones donde recogen, trabajan y empaquetan el café y el cacao, para convertirlos en deliciosos productos listos para su consumo. Acompañados de una buena taza de café recién hecho, nos compartieron su historia, sus preocupaciones y sus sueños.
Más tarde, en las plantaciones de cacao, nos recibieron con una deliciosa comida y, entre risas y abrazos, las familias se sinceraron sobre cómo la organización comunitaria ha sido clave para resistir a proyectos extractivos, y de cómo el turismo consciente, cuando es liderado localmente, puede convertirse en una herramienta para cuidar la vida.

Selva de Florencia, en Samaná, Caldas
Gracias a mi amigo Felipe de la Asociación de Jóvenes Rurales Gestores de Paz, también, tuve la oportunidad de conocer la Selva de Florencia, un ecosistema único enclavado en el municipio de Samaná, departamento de Caldas. Esta reserva natural, protegida como Parque Nacional desde 2005, es una joya escondida del nororiente antioqueño. Allí convergen los Andes y la Amazonía, dando lugar a una biodiversidad impresionante: más de 500 especies de aves, cientos de plantas medicinales y una infinidad de sonidos que componen una sinfonía viva.
Florencia Samaná es un municipio pequeño, donde el conflicto armado dejó huellas profundas. Sin embargo, hoy sus comunidades apuestan por un futuro diferente: jóvenes que se forman como guías ambientales, mujeres que siembran y transforman productos locales, y una red de colaboración que combina turismo, conservación y memoria.
En medio del bosque, rodeada del sonido de los pájaros y el movimiento de los árboles, comprendí que la acción climática no es solo una cuestión de políticas globales. Es también una siembra cotidiana de vínculos, una defensa del territorio desde el amor.

Reflexiones finales: el momento es ahora
Hoy, más que nunca, el Día Mundial del Medio Ambiente nos interpela a actuar. No basta con tener razón desde lo técnico si no logramos transformar nuestras formas de habitar el mundo. La acción climática es urgente, sí, pero también debe ser justa, sensible, culturalmente situada.
Lo que viví en la COP16 me confirmó que las soluciones existen, pero necesitan ser reconocidas, fortalecidas y financiadas. Las mujeres, los jóvenes, las comunidades rurales e indígenas no son “beneficiarios”, sino protagonistas. La conservación no puede pensarse sin ellas. Tampoco sin la escucha.
Volví de Cali con una certeza: para cuidar el planeta, también hay que cuidar las historias. Comunicar no es solo informar, es sembrar posibilidad. Es convocar. Es hacernos parte.
Hoy, desde donde estés, te invito a preguntarte: ¿Qué historia estás contando sobre el medio ambiente? ¿Desde dónde hablas? ¿Qué puedes transformar?
Porque cada palabra, cada gesto y cada decisión cuenta.
Porque cuidar el planeta empieza por volver a escucharlo.