
Vincent van Gogh no necesita presentación. Su nombre es sinónimo de color, emoción y una pasión que trasciende los límites del lienzo. Sin embargo, su vida fue todo menos luminosa. Nacido en 1853 en Países Bajos, Van Gogh vivió solo 37 años, la mayoría de ellos marcados por la pobreza, la enfermedad mental y una constante sensación de no pertenecer ni encajar en ningún lugar.
Su carrera artística comenzó tarde y fue corta, pero profundamente intensa: en apenas una década creó más de 2.000 obras, de las cuales 900 fueron pinturas. Solo vendió una en vida.
Su historia está tejida con el hilo de la soledad, la lucha interna y una sensibilidad aguda frente al mundo. Pero también es una historia de perseverancia, de compromiso con una visión artística única, y de una búsqueda profunda de belleza y sentido. Van Gogh pintaba lo que sentía, no solo lo que veía. Y esa honestidad brutal es la que sigue conmoviendo a millones hoy.

Van Gogh en el salón de mi casa
Acababa de llegar al piso en el que viviría los próximos meses. Era una de esas experiencias caóticas y enriquecedoras que solo se entienden cuando se viven. En medio del alboroto de cajas, maletas y presentaciones, reparé en los cuadros colgados en el salón: Eran reproducciones de buena calidad de algunas de las obras más emblemáticas de Van Gogh: La noche estrellada, Los girasoles, El dormitorio en Arlés.
Ya conocía esas obras. ¿Quién no? Son imágenes que han trascendido el museo para habitar tazas, postales, agendas. Pero verlas allí, en mi nuevo hogar, fue como si me dieran la bienvenida. Eran una especie de faro silencioso. Me sentí acompañada, y al mismo tiempo, intrigada. ¿Por qué alguien que fue tan rechazado en vida está ahora en tantas casas? ¿Qué tiene su arte que atraviesa así el tiempo y las personas?
Teatro en Madrid y la música de Ara Malikian
Meses después, asistí en Madrid a una obra de teatro sobre la vida de Van Gogh. Lo que hizo todavía más especial esa experiencia fue, sin duda, la música. La banda sonora estaba compuesta por Ara Malikian, el virtuoso violinista libanés de raíces armenias, cuya vida también es un testimonio de resiliencia, desplazamiento y pasión por el arte.
En el escenario, la vida de Van Gogh se desplegaba en palabras y gestos. Y cada cambio de emoción —de la desesperación a la euforia, del aislamiento a la entrega absoluta al arte— era subrayado por las cuerdas vivas del violín. En un momento especialmente conmovedor, cuando el personaje se enfrenta a su propia locura y a la incomprensión del mundo, el violín no solo acompañaba: lloraba con él. Fue en esa función cuando entendí que el arte de Van Gogh no era solo pintura, sino una forma de gritar silenciosamente al mundo: «¡Estoy aquí, y siento profundamente!»

Inspiración creativa: Van Gogh y mi próxima novela
Desde entonces, Van Gogh se volvió una presencia recurrente en mis procesos creativos. Incluso le dediqué un guiño en la novela que publicaré próximamente y que habla, entre otras cosas, sobre la identidad, la exclusión y el poder transformador del arte. Sin pretenderlo, su figura —no solo como pintor, sino como ser humano— comenzó a filtrarse en las páginas.
Lo que más me inspira de él es su valentía: crear su propio lenguaje visual cuando nadie lo entendía; pintar girasoles cuando todos hablaban de academicismo; persistir en el arte incluso cuando el mundo lo tachaba de loco.
Van Gogh nos recuerda que la autenticidad tiene un precio, pero que ese precio puede ser una semilla para el futuro. Y en ese sentido, él fue un sembrador. Hoy, millones de personas continúan cosechando la belleza que dejó plantada.

Ámsterdam: encuentro con su legado y con John Madu
Hace unas semanas, durante mi larga estancia en Países Bajos, visité el Museo Van Gogh en Ámsterdam. Fue una experiencia que no olvidaré. Caminar por las salas que contienen su evolución como artista, leer sus cartas a Theo (su hermano y fiel defensor de su arte), ver de cerca la textura de sus pinceladas… Todo eso me conmovió profundamente.
Pero el museo también me sorprendió al presentar una exposición temporal del artista nigeriano John Madu, cuya obra dialoga con la de Van Gogh desde una perspectiva contemporánea y africana. En uno de sus cuadros, Madu insiste en que el arte de Van Gogh nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias culturales y vivenciales, siempre hay emociones y batallas que nos conectan. Fue un encuentro entre dos voces distintas, separadas por siglos y geografías, pero unidas por una misma urgencia: usar el arte para reclamar espacio, para contar lo propio, para unirnos y para no desaparecer.

El arte como lenguaje de la diversidad
Van Gogh no pintaba flores: pintaba el deseo de vivir, la contradicción de la belleza que duele, la necesidad de ser visto y comprendido. Su arte no encajaba en su época, pero encontró su lugar en la nuestra. Y eso es profundamente esperanzador para todas las personas que han sido invisibilizadas por ser diferentes.
En un mundo cada vez más polarizado, el arte —y el de Van Gogh en particular— nos recuerda el valor de la diversidad cultural. De mirar más allá de lo obvio, de sentir compasión por quienes no siguen el camino trazado. Nos recuerda que el sufrimiento, cuando se transforma en creación, puede ser una herramienta poderosa de cambio. Y que muchas veces, la historia no termina cuando cierran la puerta al “diferente”: empieza cuando alguien se asoma a su ventana y escucha.
Mi encuentro con Van Gogh no ha sido solo con sus cuadros, sino con su alma. Y desde ahí, me ha enseñado que crear es también una forma de resistir.