Hace unas semanas, perdí una parte única de mi ser.
Duna, mi perrita, mi mejor amiga, mi chica desde que la encontré en la calle hace más de dieciséis años, cruzaba el arcoíris para siempre.
Las pérdidas siempre son duras. Es como si nos arrancaran el corazón de cuajo, como si un agujero enorme se nos instalara en el estómago y el vacío nos invadiera por completo. Al menos, así es como me siento yo desde que se fue.
De repente, mi mundo se vino abajo. Todo me dio vueltas, nada tenía sentido. Y me di cuenta de algo: ¿quién soy yo sin ella? Siempre ha sido un apéndice, una parte inseparable de mí.
¿Cómo me enfrento al mundo sin este ser de luz que me sostiene desde que me alcanza la memoria? ¿Cómo aprendo a vivir sin ella?
No hay palabras ni lágrimas suficientes para acallar el dolor que provoca la pérdida de un ser querido. Ese ser forma parte de tu vida diaria, todo tu universo se tambalea. Inevitablemente caes al vacío, sin cuerda de seguridad ni una mano a la que agarrarte. O, en este caso, una pata que ya sólo estará en mi corazón.
Este artículo es bastante diferente a todo lo que escrito hasta ahora.
Hay algo que siempre digo, y es que detrás de cada organización, de cada empresa, de cada marca, somos personas.
Detrás de esta pantalla, hay una mujer con sueños, inquietudes, deseos y emociones. Por eso, he decidido dejarme llevar y sacar todo el dolor, la rabia y la agonía contenida dentro de mí.
Es curioso cómo podemos llegar a amar tanto, incluso a un ser que ni siquiera es de nuestra misma especie.
Duna lo era todo para mí. Era mi compañera, mi apoyo, la apuesta segura de que nunca estaría sola. Siempre hemos estado ahí la una para la otra, de alguna forma siempre me ha dado la fuerza para seguir adelante.
Y sí, es cierto lo que dicen. Aquellos que nunca han tenido perro o que en su cultura no es frecuente crear un vínculo emocional tan fuerte con un animal, seguramente pensarán que lo que escribo no tiene sentido.
Seguramente aquellos que sí han experimentado un sentimiento tan fuerte con su mascota, entenderán perfectamente de qué hablo.
En muchas culturas, la muerte no se percibe como un final, sino como una parte inherente de la vida. Ambas coexisten y forman parte de un ciclo, un camino, o un sendero inevitable.
Pero, aunque aceptemos la muerte como algo natural, es inevitable que el dolor y la tristeza de la pérdida nos invadan.
En mi caso, sé que el tiempo, como ha ocurrido en otras ocasiones, me ayudará a sanar y a dejar atrás el dolor. Pero la huella que Duna ha dejado en mí… eso no cambiará nunca.
Gracias por aparecer en mi vida y dejarme disfrutar de ti durante tantos años. Me has cambiado, me has levantado en cada caída, y me has ayudado a ser quien soy ahora.
Gracias, mi Duni, mi amor. Siempre estarás en mi corazón.
Hola,Raquel,comprendo la enorme tristeza que sientes ante la pérdida de Duna.Comparto tu tristeza porque es una emoción que he experimentado.
Nosotros hemos tenido,sucesivamente,varios gatos y cuando uno de ellos partía no podíamos contener el dolor y las lágrimas.
Ahora reposan todos juntos en un camposanto de mascotas que se llama El Último Parque.
Quienes hemos convivido muchos años con nuestros animalitos conocemos el amor que pueden darnos,la amistad sincera y constante que nos ofrecen.
Ahora vivimos con la esperanza de reencontrarnos y mientras tanto conservamos pequeños recuerdos y sus fotos.
Un gran abrazo.
Hola Silvia, muchísimas gracias por tus palabras. Duna era, como tú siempre decías, mi mejor amiga. El recuerdo de todos los momentos que pasamos juntas y la tranquilidad de no haber dejado que sufriera es lo único que me reconforta, pero el dolor es inevitable. Son parte de la familia, y su partida supone un duelo muy difícil de superar. Gracias por el apoyo, un abrazo fuerte.