Educar para la vida: Lecciones interculturales desde los rincones del mundo

En un mundo atravesado por grandes y constantes cambios, donde los desafíos climáticos, sociales y culturales nos sacuden cada día con más fuerza, la educación se revela como un acto profundamente transformador. Pero…

¿Qué pasaría si empezáramos a mirar más allá de los modelos tradicionales?

¿Y si aprendiéramos de cómo educan otras culturas, otros pueblos, otras formas de habitar el mundo?

Desde los bosques de Europa hasta las montañas andinas, pasando por aldeas asiáticas y comunidades urbanas africanas, existen experiencias educativas que abrazan la diversidad como motor de cambio. Son prácticas que no solo transmiten conocimientos, sino que cultivan el respeto, el sentido de pertenencia, el vínculo con la naturaleza y la sabiduría de las culturas.

Este viaje es una invitación a abrir los ojos, el corazón y la mente para aprender del mundo… y con el mundo.

1. Escuelas bosque: reaprender con la tierra (Europa y América del Norte)

En lugares donde los inviernos son largos y el bosque parece interminable, los menores aprenden sin pupitres ni pizarras. En las escuelas bosque, nacidas en Escandinavia y extendidas a Alemania, Reino Unido o Canadá, la naturaleza es maestra, aula y compañera.

Aquí se educa desde el asombro, el juego libre y el respeto por el entorno. Las estaciones marcan el ritmo del aprendizaje y cada hoja caída o insecto descubierto se convierte en una oportunidad para explorar. Se cultivan la autonomía, la cooperación y el cuidado, no como asignaturas, sino como experiencias vividas.

Estas escuelas nos recuerdan que tal vez el mayor acto educativo es enseñar a sentirnos parte de la vida que nos rodea.

2. Montessori: diversidad, libertad y comunidad (Italia y el mundo)

Inspirado en la mirada amorosa y científica de Maria Montessori, este enfoque educativo ha florecido en más de 140 países. La premisa es simple, pero poderosa: cada niño tiene un potencial único y merece un entorno que lo respete y lo acompañe a su ritmo.

En las aulas Montessori, la diversidad cultural se vive a través de materiales, mapas, relatos, músicas del mundo. En contextos como México, India o Marruecos, el método ha incorporado idiomas originarios, celebraciones locales y saberes tradicionales, convirtiéndose en un puente entre culturas.

Montessori nos enseña que educar no es formar moldes, sino encender llamas: de curiosidad, de empatía, de sentido comunitario.

3. Aprender desde el Buen Vivir: pedagogías indígenas (América Latina)

En los Andes, comunidades aymaras y quechuas han tejido propuestas educativas inspiradas en el Sumak Kawsay o Suma Qamaña —el Buen Vivir—, una cosmovisión que nos recuerda que no podemos estar bien si la tierra no está bien, si la comunidad no está bien.

Las escuelas comunitarias en Bolivia, Ecuador o Perú integran los saberes ancestrales al currículo: se aprende astronomía a partir de las constelaciones andinas, botánica desde la medicina tradicional, historia desde la memoria oral. Las abuelas y abuelos también son docentes, portadores de un conocimiento que no cabe en libros, pero sí en relatos, rituales y tejidos.

Estas pedagogías nos invitan a educar con los pies en la tierra y el alma en comunidad.

4. Las kura kaupapa: el renacer del pueblo maorí (Aotearoa / Nueva Zelanda)

En Aotearoa, la educación fue también una forma de resistir. Las kura kaupapa, escuelas maoríes autogestionadas, surgieron como respuesta a la pérdida de lengua e identidad. Hoy, son faros de una educación que honra el pasado, fortalece el presente y proyecta un futuro con raíces.

Se enseña en te reo, el idioma ancestral, pero también se aprende a vivir desde el “mana” (dignidad) y el “kaitiakitanga” (cuidado del entorno). Aquí, las matemáticas y las ciencias se cruzan con la genealogía, la danza, el canto y el mar.

Las kura kaupapa son ejemplo de cómo una educación intercultural no divide: repara, enraíza y florece.

5. India: sabiduría milenaria y aprendizajes modernos

En la India rural, existen iniciativas como Shikshantar y Swaraj University, que desafían la educación formal y proponen un “desaprendizaje creativo” basado en la autonomía, la comunidad y el respeto por la diversidad de saberes. En estos espacios, la espiritualidad, la ecología y la diversidad cultural se entrelazan para generar experiencias de aprendizaje vivas y auténticas.

Se promueve el aprendizaje entre pares, la agricultura ecológica, la meditación, la escucha activa y la reconexión con la lengua materna. Estas escuelas reconocen que el conocimiento no habita solo en los libros, sino también en la práctica, en la contemplación, en el diálogo y en los cuerpos.

La educación, en este contexto, es un camino de transformación interior y social.

6. Ubuntu y educación en África: “yo soy porque nosotros somos”

Hace tiempo, escribí un artículo sobre la filosofía Ubuntu que puedes encontrar aquí.

En Sudáfrica, después del apartheid, el sistema educativo integró valores como el respeto, la reparación y el reconocimiento de la diversidad. Programas como Ubuntu Learning promueven la colaboración y el entendimiento entre culturas a través de proyectos comunitarios, narrativas orales, teatro y expresión artística.

El principio de Ubuntu“yo soy porque nosotros somos”— se traduce en una pedagogía de la empatía, del cuidado mutuo, de la interdependencia. Aquí se aprende que no hay aprendizaje sin vínculos, ni humanidad sin comunidad.

7. Aprendizajes desde la diversidad urbana: puentes en movimiento (Europa)

En ciudades multiculturales como Ámsterdam, París o Berlín, escuelas públicas y proyectos sociales están desarrollando enfoques interculturales que valoran la pluralidad de orígenes, lenguas y memorias. A través de cuentos del mundo, cocinas compartidas, festivales culturales y mediadores interculturales, se cultiva el respeto mutuo desde edades tempranas.

Estas experiencias muestran que educar en la diversidad es preparar para la paz, para la convivencia, para el reconocimiento de lo común en lo distinto.

Un horizonte común: educar para convivir

Estas experiencias, dispersas geográficamente pero unidas por un mismo espíritu, nos recuerdan que la educación puede ser un acto de amor profundo por la humanidad y por el planeta. Que aprender puede ser también desaprender prejuicios, conectar con nuestras raíces, abrirnos a lo nuevo, convivir con lo diferente.

Educar interculturalmente es educar para la vida. Es invitar a cada niña, niño o joven a descubrir quién es, de dónde viene y cómo puede contribuir al bienestar colectivo.

Tal vez, en este tiempo de incertidumbre, lo más revolucionario que podamos hacer sea mirar al mundo como una gran escuela de sabiduría compartida. Y animarnos a aprender de sus múltiples formas de enseñar.

2 Comments

  • Silvia dice:

    Hola Raquel,
    muy interesante el recorrido por las realidades educativas
    en los distintos continentes.
    En unos la educación valoriza el respeto a la tierra,en otros honra el pasado
    o rescata la sabiduría milenaria.Montessori ,la conozco,mucho y bien.

    • Raquel dice:

      Muchas gracias por tus comentarios, Silvia. Me alegra mucho que te haya resultado interesante 🙂
      Sería interesante que se dieran más a conocer otras vertientes y formas de aprender que, hoy en día, continúan practicándose en distintos lugares del mundo. Nos aportaría una visión mucho más global y humana…
      ¡Un abrazo!

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